El periodista de la selva peruana dedicó su vida a ser la voz incómoda de las denuncias contra la tala ilegal y los funcionarios que la amparaban. A partir de los testimonios de su familia, colegas y testigos, así como fuentes confidenciales, se reconstruyen los motivos de su asesinato.
Jefferson Luyo
(Con la colaboración de Hernán P. Floríndez)
En la penumbra húmeda de Iquitos, la madrugada del siete de mayo, Raúl Celis López acababa de leer la Biblia y recitar unas letanías antes de salir de casa. “Abre tu boca, juzga con justicia y defiende la causa del pobre”, recitó como todas las mañanas durante sus más de 30 años de carrera periodística. Él fue la voz directa, indignada y punzante de una ciudad que ha sufrido la corrupción y el olvido. Durante su paso por las radios más importantes de la región, se acostumbró a escarbar entre la desidia y el saqueo. Su círculo más cercano suele decir que su palabra fue la mejor arma que portaba. Pero ese miércoles de mayo, mientras un micrófono lo esperaba en el segundo piso de la Radio Karibeña, el silencio lo desarmó.
Hasta la mitad de este año, según la Asociación Nacional de Periodistas (ANP), se registraron 180 agresiones y dos asesinatos contra periodistas. Es un pico de ataques y violencia inéditos contra el trabajo de la prensa en el país. Para IDEA Internacional, esta ola de hostilidad explica por qué Perú es uno de los países con el peor índice de representación ciudadana en América Latina. En cuestiones de libertad de prensa, Perú ocupa puestos similares a Suriname o Guatemala, en el ranking de la región.
Primeras señales de alerta
‘Don Raúl’, como le decían muchos de sus allegados, fue asesinado a sus 70 años. De mirada firme y humor sarcástico, su voz era reconocible en todos los rincones de Iquitos. “Tenía un gran don para conversar; hablaba hasta con los vendedores de maní. Los fines de semana por la tarde, acostumbraba a sacar una silla de plástico frente a la casa para hablar con todo aquel que pasaba. Esa era su oficina”, cuenta Aida Célis, su hija mayor. Si bien ella recuerda con cariño las largas charlas con su padre en medio del puente Nanay, también es consciente de que el atentado en su contra ya había levantado algunas señales de alerta.
“Un día tiraron una piedra a la ventana de la casa, rompiéndola. En otra ocasión, intentaron incendiar las llantas de su carro y hace años mandaron a golpear a mi papá”, relata Aida. Si a algo no le faltaba a Celis eran personas incómodas con sus denuncias. “Le gustaba pelearse con todo el mundo, era muy crítico, sin miramientos”, comenta Ana Tirado, su coordinadora de noticias por 17 años.
“Raúl daba voz en la radio a todo tipo de denuncias que tenía la gente. Era su característica. Tomábamos llamadas y al toque buscábamos dar una solución, comunicándonos con las personas que pudieran atender los casos. Por esas semanas [antes de su muerte], él había tocado bastante el tema de la tala ilegal de árboles además de la minería ilegal”, dice Tirado.
La defensa de la selva no fue un tema menor para él. Quizá porque, de niño, acompañaba a su padre —que servía en el Ejército— dentro de la profundidad de la Amazonía. Su hijo Ramiro narra aventuras épicas de su padre y su abuelo cazando animales, alimentándose directamente de las ubres de las vacas o sembrando huertos improvisados.
“Yo recuerdo que mi padre estaba tocando mucho una denuncia de tala de madera ilegal en Picuro Yacu, que es una comunidad que está por Bellavista [...] un señor que vive ahí le indicaba qué personas estaban comprando lotes de terreno e inmediatamente extrayendo la madera o talando los árboles para sacar trozas de madera en camiones enormes perjudicando a los vecinos que viven por esa zona e incluso el puente”, explica Ramiro Celis.
Tala ilegal en la Amazonía
Solo en 2024, según un informe del Gobierno Regional de Loreto, se perdieron 37,987 hectáreas de bosques. Es decir, más de veinte mil veces la extensión de la Plaza de Armas de Lima. La organización Environmental Investigation Agency estimó que entre 2012 y 2018 se talaron ilegalmente 422,953 hectáreas en Loreto y Ucayali. Aún hoy, las autoridades ambientales recién implementan las primeras mediciones oficiales sobre el comercio de madera ilegal en la zona. Mientras tanto, esta economía clandestina avanzó silenciosa hasta encontrarse con la estruendosa voz de denuncia de Raúl Celis.
Ana Tirado detalla que el viernes antes del asesinato al periodista, llegó una carta notarial a Radio Karibeña. Era de Enrique Meléndez Rivera, agente municipal de Picuro Yacu, a quien en el programa de Raúl habían indicado como cómplice del tráfico de madera ilegal. “El viernes le llega la carta notarial y el día martes 6 recién la respondió”, dice Tirado.
En el último programa Karibeña, la Noticia, Raúl Celis mencionó que gracias a su denuncia llegó SERFOR a constatar y documentar la extracción de madera, además dio pase a un vecino de la zona que contó cómo Meléndez había disparado contra la comunidad cuando estos quisieron reclamar parte de un territorio presuntamente invadido. “Yo no sé de qué me puedo rectificar si se están corroborando los hechos que denunciamos en su momento”, sentenció Celis.
Al día siguiente de la respuesta, aún en la bruma de la madrugada, recibió un disparo en la cabeza cuando se dirigía a la emisora. Su mochila quedó tendida en el piso junto a su cuerpo, y dentro de ella, según fuentes policiales, aún estaba la carta notarial que se había negado a rectificar.
Su círculo cercano conocía bien su rutina: a las cuatro de la mañana sonaba la alarma; luego leía la Biblia, rezaba, se duchaba y llamaba a sus reporteros para afinar los temas del día. A las cinco lo recogía su mototaxista de confianza. Hacía un desvío para comprar los principales diarios y entre las seis y las nueve de la mañana conducía, con energía, su programa.
Aquel día, la secuencia se interrumpió. Luis Gonzales, mototaxista de 60 años que hacía cinco trasladaba a Raúl, fue testigo del crimen. Aún con la voz entrecortada narra para este informe que, esa mañana, Raúl salió cinco minutos más tarde de lo habitual y le recordó que pensaba cambiar de ruta la semana siguiente. “Pero ya no hubo tiempo”, lamenta. Su rutina, tan predecible, terminó por convertirlo en un blanco fácil.
Gonzales recuerda que se detuvo en el semáforo de la intersección entre las calles Brasil y Bolognesi cuando una moto se cruzó de forma sospechosa. Raúl alcanzó a decir: ‘¿Qué pasa, quieren asaltarnos?’ Ante lo que Gonzales aceleró instintivamente. Media cuadra después, la moto les cerró el paso y, en movimiento, uno de los hombres armados saltó y comenzó a disparar. El mototaxista intentó esquivar los tiros haciendo un zigzag, pero al tercer disparo perdió el control y dejó caer el vehículo para cubrirse. “Me hice el muerto —cuenta—. Cuando se fueron, traté de levantar la moto para ayudar a Don Raúl, pero vi la sangre. Con el segundo impacto nomás le escuché un quejido, y después... se apagó su vida”.
“Fui la primera en recibir la noticia. Llegaron a avisarme a mi casa y salí a verlo. Lo encontré con una bala en la cabeza, fue horrible. Ellos no van a tener paz hasta que la verdad sea revelada. La sangre de mi padre clama”, solloza Aida.
Las primeras evidencias eran obvias: los asaltantes no intentaron robar nada, tampoco continuaron disparando contra el mototaxista, el objetivo de impactar el cuerpo del periodista fue claro y consumado.
Las primeras investigaciones
Según fuentes cercanas a la investigación penal, las cámaras de seguridad captaron la ruta de huida de los sicarios por lo que Ramiro Celis no se explica cómo no se ha identificado a los asesinos. “¿En una ciudad tan pequeña por qué no se ha dado con los autores materiales? Por el contrario, ya son cinco meses y es como si hubiera quedado en el olvido”. Por el momento, la Fiscalía especializada en Derechos Humanos ha decidido ampliar la investigación por 240 días más, aduciendo que es un caso complejo. Esta publicación pudo conocer que los teléfonos del periodista han sido enviados a Lima para analizar en búsqueda de pistas. Además, los principales testigos de los hechos volverán a ser interrogados en ese tiempo.
Lastimosamente, al cierre de este reportaje, ni la Fiscalía ni la Policía tienen un elemento claro que apunte a descubrir la identidad de los asesinos. Recién con el general Fernando Mego Avellaneda, jefe de la Región Policial Loreto, hay nuevas diligencias en curso, como la visualización de todas las pericias ordenadas por el Ministerio Público.
“Nuestro interés como familia es que no solamente se llegue al autor material, sino que se sepa quién es el autor intelectual, o sea, quién mandó asesinar a mi padre”, dice Ramiro Celis.
“Si algo te da miedo, busca la lógica. Anda y mira, observa, no tengas miedo”, le repetía Raúl a su hija cuando era niña. Aida lo recuerda como su herencia. Ahora es ella quien se lo enseña a sus sobrinos, aunque a veces le tiemble la voz. “No se puede andar con miedo en la vida”, dice. Tal vez esa fe en la razón —en la posibilidad de alumbrar lo oscuro con preguntas— sea el amuleto con el que atraviesa los días sin su padre, pero con sus palabras todavía en la punta de su lengua.